viernes, 23 de noviembre de 2012

Cómo distinguir personas de ordenadores

La informática tiene para muchas personas (para muchísimas) la etiqueta de inhumana. Piensan muchos que los ordenadores suponen la antítesis de la vida artística, ética y feliz. Odian la dependencia de las personas respecto a la informática y revindican una vuelta a lo que ellos considera es una vida más humana.

Aunque entiendo algo de razón en estas situaciones, por lo general no solo estoy en contra de esas posturas sino que me parecen que ocasionan muchos más problemas de los que quieren solucionar.  Son posturas peligrosas que fomentan y aumentan los problemas que quieren denunciar.  Así de claro y así lo quiero denunciar.

En mi empresa hay un lema sobre las instalaciones que dice 'Con nuestras aplicaciones no mandan los ordenadores, mandan las personas'.


Voy a discutir un poco esa controversia entre personas y ordenadores

Empezaré la reflexión por una anécdota que aunque no estoy seguro de su veracidad ilustra un fenómeno habitual.

Me contó un comercial con el que iba hace muchos años camino de Estepa que en su pueblo (creo que era La Puebla de Cazalla) hubo hacía mucho tiempo una huelga. El motivo eran unas nuevas palas para sacar los ladrillos de los hornos (hablábamos de una época menos mecanizada). Debido a esas palas la gente no se quemaba las manos como antes.  Así que llamaron a la huelga.  ¿Dónde está el problema?  ¿Huelga por no quemarse?  ¿Era un pueblo de masoquistas?.  No, la causa era otra.  Al no quemarse podían sacar más ladrillos y entonces... ¡sobraba gente!.  Así que para evitar los despidos, abominaron de las nuevas palas y revincaron las viejas con las que se quemaban las manos.

Antes de que alguien diga que esa gente era estúpida o que estoy llamando estúpida a esa gente me gustaría aclarar un detalle.   En el fondo llevaban razón.   No es que quisieran quemarse, es que querían trabajar.  Entre quemarse y pasar hambre, lo tenían claro.  Y pienso que acertaban.   

En esa aclaración está gran parte del problema.  Muchas personas cuando rechazan el uso del ordenador es para que las personas hagan de ordenador, para alienarlas con funciones repetitivas, nada creativas y esclavizantes.   La solución es que esas tareas las haga el ordenador y que las personas hagan las tareas de personas.  El problema surge cuando la sociedad da dos opciones a las personas: Hacer tareas alienantes o no hacer nada.  Ese es el problema, no la necesidad de que las personas hagan de ordenadores.

Un caso típico son los cajeros de los bancos.  Algunos de ellos, por aquello de manejar mucho dinero, se siente un rey en su trabajo, pero en realidad es más bien un periférico del ordenador.  Escucha al cliente, teclea el código de lo que pide el cliente y sigue las órdenes del ordenador.  Por eso los cajeros automáticos les quitan fácilmente el trabajo... ¡porque lo hacen mejor!   El cajero humano no puede a veces cobrar un recibo porque está fuera del horario y no tiene forma si el ordenador ¡no le deja!. Por supuesto no puede entregar más dinero del que le dice la máquina. Es más últimamente no tiene ni que contarlo, el dispensador le da el dinero, el lo coje y se lo da al cliente.  Vaya trabajo más rutinario y limitado.

Podíamos discutir qué pasará en el futuro con las máquinas y las personas (ese tema me gusta), pero ahora vamos a centrarnos en el problema actual.   Pido trabajo de personas para las personas y trabajo de máquinas para las máquinas.   La sociedad actual no está organizada para ello y frente a la alternativa de poner a las personas a trabajar de máquinas, propongo cambiar la sociedad.

¿Y de qué manera cambiamos? ¿A tiros?  Pues no, eso no sirve absolutamente de nada.  La solución es más clara:  Con la ciencia.  Actualmente la ciencia tiene ya conocimientos para aspirar a una sociedad más humana.  No estaría más que el próximo texto con un título similar a 'Utopía' no sea una novela, un discurso emotivo o una proclama incendiadora.  Debe ser una exposición científica, razonada y argumentada.




 

jueves, 15 de noviembre de 2012

El cuento del leñador improductivo

He adaptado este pequeño cuento que he leido de distintas formas y por distintas vías en Internet.   Algún día me gustaría hablar de de cómo se propagan los cuentos, las leyendas urbanas y otras historias, tanto antes como durante la era internet.  Es un tema por el que siempre he tenido curiosidad.

Esta historia la cuento de vez en cuando en algunos de nuestros clientes a ver si consigo que se planteen algunas necesidades evidentes de organización.

Dice el cuento lo siguiente:

Hace mucho tiempo en una zona maderera de uno de esos lugares de cuyos nombres no queremos acordarnos, el encargado de recibir las maderas de los leñadores observó que habitualmente uno de ellos llegaba más tarde que los demás y traía menos leña.  Vió que era fuerte y jovén, así que le extrañaba el hecho.  Y cada vez llegaba más tarde y con menos leña.  Pensó que era poco trabajador. De haber sido un antepasado de Merkel posiblemente lo hubiera achacado al caracter latino del mismo a diferencia del aspecto ario del resto.  Pero ese dato no era real y además todavías los mercados no mandaban al nivel actual.

Así que el encargado un día se dió una vuelta por el bosque dónde trabajaban los leñadores y buscó a nuestro ineficaz amigo.  En cuanto lo vió entendió el problema y supo su solución.

'Pero hombre, ¿qué haces? ¿no te da cuentas de que tienes el hacha sin afilar y no corta bien los troncos'

Qué fácil solución, ¿verdad?   Pues no, no se resolvió.

El leñador lo miró con desprecio y le respondió:

'¿Y que quiere que hagas si tengo que cortar estos árboles y no me queda tiempo para afilar el hacha?'

Ese es problema que tenemos habitualmente para producir: No invertimos un poquito en organización y perdemos mucho.

Y desgraciadamente eso ocurre mucho en la Pyme española y en particular . Así que me he propuesto aumentar nuestra actividad a base de predicar que afilemos las hachas.

Me he quedado con una duda.  Así que lo pregunto  ¿cuál de los dos títulos hubiera sido mejor para este artículo?:
  • El cuento del leñador improductivo
  • Hay que afilar el hacha