viernes, 21 de febrero de 2014

El emperador desnudo y el niño sin inteligencia emocional

Aunque al principio no lo parezca, este artículo trata de epistemología, o sea, de conocimientos.

Supongo que todos conoceréis el cuento del emperado desnudo.  Por si no fuera el caso, os hago un breve resumen de él.

El cuento se conoce también como 'El traje nuevo del emperador' pero suelo preferir el nombre de 'El emperador desnudo'.  

Aunque la historia se enmarca en lo que llamamos un cuento popular, y por tanto de autor desconocido, en este caso la versión que todos conocemos es la que escribió Andersen. Está basada en uno de los cuentos de El Conde Lucanor, concretamente la historia XXXII.

Veamos que contaba

Hace muchos años vivia un rey presumido y muy preocupado por las apariencias. O sea, como todos los reyes.  Un día recibió la visita de dos embaucadores,  Guido y Luigi Farabutto, que le ofrecieron confeccionar un traje con la mejor tela del mundo.  Conseguirían dejar boquiabiertos a todos los que vieran al rey con el nuevo traje.  O sea, como todos los modistas.  El rey, encantado de ser la persona mejor vestida del mundo aceptó la oferta aunque era algo cara.  Los vendedores le hicieron una advertencia adicional.  El traje estaba hecho con una tela única, que deslumbraría a cualquier persona sensata que la viera, pero que tenía la cualidad de que los imbéciles e ineptos no la ven. Este detalle dejó algo preocupado al rey, aunque no quizo dar ninguna muestra de ello.

Tras varias semanas de trabajo, el rey recibió el encargo.  El rey no vio nada, porque no había nada, lógicamente.  Pero temeroso de parece imbécil o inepto, calló.  Los sastres le ayudaron a colocarse la inexistente prendas y el rey salió al desfile... solo con la ropa interior.   Se sintió algo aliviado cuando al pasar por delante de sus súbditos nadie le dijo nada.  No dijeron nada, claro está, por temor al rey.  El desfile continuó y todos callaban por miedo.  Pero en un momento determinado un niño gritó: 'El rey va desnudo', lo que provocó la carcajada general, todos gritaron que el rey iba desnudo y éste se tuvo que retirar abochornado.

En el siguiente enlace puedes encontrar una traducción completa de la historia contada por Andersen:

Hasta no hace mucho el cuento se usaba con un efecto moralizador.  El propio Andersen lo anotó con la siguiente frase:  «No tiene por qué ser verdad lo que todo el mundo piensa que es verdad» y la coletilla «No hay preguntas estúpidas».

Pero ya no.  Ya no se usa ese efecto moralizador.  Desde que todos conocemos el texto de Daniel Goleman sobre la inteligencia emocional ya sabemos la verdad: La culpa es del niño que no tenía inteligencia emocional.  Si hubiera tenido inteligencia emocional, como el resto de los súbditos del rey, habría evitado gritar lo que gritó.  Las cosas no se dicen así.

¿Por qué cuento esta historia? Porque en los últimos tres meses habré presenciado no menos de veinte intervenciones en reuniones para evitar que se transmita una idea incómoda con el pretexto de que decirla es una muestra de falta de inteligencia emocional.  Y no me lo invento, lo he visto en entornos distintos, y con 'educadores' distintos. Amén de las que no he presenciado pero se me han contado por otras personas.   En una de las reuniones a mi frase de 'eso no se puede hacer porque es una contradicción' (tal cúal) se me dijo que lo expresara de otra forma, hasta se planteo la posibilidad de buscar un término intermedio (sic).  Como si en una discusión dónde uno opina que 2+2=4 y otro que 2+2=5 apareciera un inteligente emocional para mediar y conseguir que 2+2=4.5.  Así todos felices.

Parece que el fondo es secundario respeto la forma y que la verdad cuenta poco respecto al 'decir las cosa con inteligencia emocional'.

Y aquí es a dónde yo quería llegar.  A ponerme del lado del niño y pedir que se reivindique la verdad.  Hago mío el dicho jesuita: 'Suaviter in forma, fortis in re'. Suave en la forma, fuerte en el contenido.  La forma debe cuidarse pero nunca imponerse a la verdad.

El tema no es nuevo.  Cuando tenía pocos años ya en una clase de religión me dijeron que la culpa de lo que pasó con Galileo era de Galileo por no haber dicho las cosas bien. Y eso mismo lo he leído en algún que otro libro sobre esa historia.  Pongo como ejemplo, entre otros, el de Walter Brandmuller, Galileo y la Iglesia.  

Miedo me da la situación.  Miedo me da que la verdad pase a un segundo plano, que se discuta tanto la forma y se eluda esa verdad.  

Me temo que el resultado de esta ola anti-razón y pro-emocional será que se  resfriará mucha gente por ir desnuda.

Así que mi moraleja para el cuento del Emperador desnudo es:

Cuida la formas, pero busca y defiende el conocimiento.